sábado, 30 de enero de 2016

Tiempos mejores


En homenaje a mi hermano pequeño un grupo que le gusta mucho

¿Cómo escapar de lo relativo?, ¿cómo calibrar la realidad?. El arte del buen observador consiste en saber alejarse de la sombra de los árboles para tener una mejor perspectiva del bosque. Intentar sacudirse los dolores y las pasiones para descubrir que hay tras el humo y el ruido.
El peor enemigo de la verdad es el miedo, algo que desde tiempos inmemoriales saben explotar tantos pescadores de río revuelto. La angustia, la incertidumbre, la ansiedad, el temor de perder... en fin, toda esa clase de sentimientos son los que nos inutilizan para la búsqueda de algo de esa verdad. Tal vez simplemente nos sirvan para tener una sensación de hartazgo, de asco y de que nos hallamos inmersos en un profundo y oscuro pozo sin fondo.
Cuando el pensamiento consciente me lleva una y otra vez al mismo callejón sin salida, necesito desconectar y alejarme del centro de la batalla. Intentar no pensar en ello y dejar que la mente trabaje sin presión. Bien durante el sueño o bien mientras me dedico a todas esas labores de intendencia que se realizan de una manera automática e instintiva.


Se trata de una de esas personas denominadas como disminuido psíquico. Mi hermano pequeño. Técnicamente tiene un grado de discapacidad reconocida suficiente como para que, en su día, pudiera tener acceso a un educación especial y, en las últimas tres décadas, a un trabajo digno acorde a sus capacidades. Es totalmente autosuficiente pero requiere de alguien responsable que le supervise y que vele por sus intereses. En este caso mi hermano mayor.
Mi relación con mi familia en general y con mi hermano pequeño en particular, daría como para un serial. Por resumir diría que básicamente me pasé la infancia, además de intentando encontrar mi identidad y mi lugar en el mundo, partiéndome la cara para defender a mi hermano de la crueldad infantil e intentando que no se metiera en problemas o sacándole de ellos.
Sabido es que en cualquier entorno, el diferente siempre es objeto de toda clase de vejaciones e insultos: subnormal, tarado, retrasado, mongolo, etc. En este caso tampoco fue diferente. Mi madre decía que lo único que le ocurría es que era un poco "nervioso". Y mi padre, no decía nada pero le castigaba y le pegaba por ser zurdo. En fin, como decía, un verdadero "culebrón".

Nervioso, entre otras cosas, sí que era. En realidad era imparable, cuando entraba en su bucle de ira particular, nadie podía con él, ni tan siquiera yo.
Alguna vez llegué a perder los papeles en el intento por calmarle. Allí descubrí que lo mejor era dejar que escupiera su rabia y su ira, siempre justificada como consecuencia de alguna agresión verbal o física. Para detenerle de otro modo hubiera sido necesario matarle. Como suele ocurrir, cualquier situación anómala, por muy retorcida que sea, se acaba convirtiendo en rutina y los humanos acabamos por acostumbrarnos a todo y tiramos para adelante con lo que tenemos. Como dice una querida amiga: -cada uno lleva su propia "mochila"-. Así la vida sigue su curso, con o sin nosotros, nos guste o no.
Todos nos hemos hecho mayores y vamos camino de serlo aún más. A pesar de tener solo un año menos que yo, tiene la mentalidad de un niño de doce. Ha templado su carácter y yo voy relajándome en mi papel de severo “padre”. Eso ha sido algo que ha marcado nuestra relación. Como eterno niño necesita alguien que le ponga límites y que le marque el camino. Sin dirección se dispersa y resulta fácilmente manipulable. Nunca me he podido permitir relajarme y ser aquiescente con su conducta. Supongo que cualquier progenitor tiene sus momentos de tregua y puede dejarse llevar por la ternura y por el cariño. Yo no, y por eso nuestra relación es siempre difícil.
Como digo, con el tiempo y a su manera, ha madurado mucho. El diablo (dicho sea con cariño puesto que no es mal tipo) sabe más por viejo que por diablo y de esa forma las aguas de momento transcurren calmas. El futuro, a pesar de que no pienso demasiado en él, se presentará complicado, eso es matemático y como cualquier persona responsable, temo que las circunstancias decidan dejarle solo sin una persona de su familia que vele por él. Eso es algo que si se piensa... atormenta.
Así las cosas, durante un periodo de tiempo que ya va para largo pero que evidentemente será limitado, la vida transcurre con aparente normalidad. Ya vendrán tiempos más convulsos y difíciles, no lo dudo.

Hace escasas fechas, coincidiendo con las festividades de navidad, tuvimos unos días con más convivencia de lo normal. Es lo que tienen esos días en que parece que el mundo se detiene y hay una aparente tregua familiar.
Durante un corto trayecto en coche tuvimos una intrascendente, relajada y extraña, por poco habitual, conversación donde, como buen "padre", aproveché para interesarme por detalles de su rutina diaria.
En un determinado momento tuve una especie de iluminación y la pregunta surgió como por arte de magia: -¿eres feliz?-. De un modo rotundo, sin pestañeo, sin tiempo para pensarlo, de una manera sincera y clara (no sabe mentir) y sin la más ligera posibilidad de dudar me respondió: -si-.
Las voces en mi interior se callaron de repente. En el salpicadero del cuadro de mandos de mi “nave estelar” (poética forma de llamar a mi cabeza) se apagó una de las numerosas luces rojas que te indican que hay un problema a bordo durante la travesía. Se relajó mi mandíbula y solté la bocanada de aire de un infinito suspiro.

Nunca se ha puesto enfermo, su sistema inmune es perfecto y no es broma. Duerme lo justo y se levanta siempre para ir a trabajar sin ayuda de nadie y sin despertador. Permanece alerta y despierto sin necesidad de cafeína ni ninguna otra clase de sustancia estimulante. Después de comer yo sería capaz de dormirme en la cama de un “Fakir” y el, sin embargo, continua activo y en guardia. Suele pensar en voz alta sin darse cuenta y se nota que su cerebro está hiperactivo. Con una diferencia de décadas, cuando fallecieron la madre primero y el padre después, no sufrió aparentemente. Los berrinches y los disgustos le duran lo que un helado al sol y tiene una vida social que para mi la quisiera.
En una razonable escala evolutiva, yo diría que está bastante avanzado para ser un “tarado”.
A veces cometemos el tremendo error de sentir pena por esas personas diferentes, pero solo es el reflejo de lo que sentimos por nosotros mismos. Nos preocupamos por lo que piensen los demás y llegamos a sentir vergüenza pero nada de eso tiene sentido. Son nuestros demonios, no los suyos. Si él es feliz, yo también lo soy.

En muchas ocasiones, transitar por la vida resulta muy duro. Es como si en mitad de una ascensión por la montaña te sorprendiera una terrible ventisca y esta no pareciera amainar nunca. El furioso viento arranca el hielo de la ladera y te golpea sin piedad penetrando por cualquier fisura de tu piel. Te zarandea y te arroja al helado suelo con furia. Te levantas una y otra vez de manera obcecada hasta que desesperado lloras y gritas de impotencia. Apenas puedes ver un palmo más allá de tus narices y temes caer en alguna sima o desorientarte y fallecer de frío, hambre o sed. Descubres que eres más duro y tenaz de lo que creías, no piensas en renunciar pero te encuentras muy cansado porque la tormenta no parece terminar nunca. Y es entonces, cuando de la manera más repentina, te encuentras en el ojo del huracán y una calma total te invade por completo. Sabes que es pasajera esa paz, que falta lo peor de la tempestad y que esta golpeará con furia renovada. Pero mientras esto sucede te puedes permitir unos efímeros instantes de relajación. Contemplas brillar el sol por una pequeña porción del cielo que se muestra azul y benévolo con tus castigados huesos. Respiras, restañas las heridas y con renovado ímpetu te dispones a presentar batalla sabiendo que tarde o temprano has de perder. Que cualquier pírrica victoria es ilusoria y que al final tendrás que doblar la rodilla. No importa, hay algo que te impulsa a seguir y no lo puedes evitar.
Recuerdo una de mis películas favoritas: "Espartaco" de Kubrick. El protagonista, Kirk Douglas, está inmerso en una transcendental lucha por su libertad y la de sus camaradas. En una de las escenas un pirata le interroga de la siguiente forma: -Si mirando una mágica bola de cristal vieras a tu ejército destruido...Y a ti mismo muerto. Si vieras tan claro ese futuro como creo que ya lo estas viendo, ¿continuarías luchando?-. Evidentemente la respuesta es si.
Como tantas veces he dicho, el camino es el fin en si mismo. Si eres una persona cumplidora, ¡maldita sea!, si eres responsable y tu conciencia no te permite escurrir el bulto, lo harás… ¡vaya si lo harás!.

Nunca pensé que escribiría algo como lo que viene a continuación pero sin presiones ni prejuicios estúpidos y con la debida perspectiva creo que sería justo por mi parte reconocerlo.
Estos son los mejores momentos de la historia.
Creo sinceramente que vivo en un lugar y una época que bien puede servir de ejemplo para otras sociedades coetáneas que vive inmersas en la confusión y en la más terrible violencia. Nunca como aquí y ahora resultó menos oneroso ser “diferente”, marginado o desafortunado. Ser homosexual, de otra raza, pobre, dependiente, ateo, extranjero, mujer, niño, anciano o animal de compañía, ballena u oso panda, es hoy y en mi tierra un poco menos difícil que antaño. A pesar de todo el padecimiento que aún se sufre por ser de cualquiera de las condiciones mencionadas, estamos en el camino correcto. Nuestra sociedad sufre de muchas carencias y lacras, eso es cierto. Todo tipo de violencia contra los más débiles, violencia de genero y abusos contra menores, corrupción, desigualdad social o la falta de oportunidades para los más jóvenes, son solo algunos ejemplos de lo que todavía resta por solucionar para mejorar la vida de los ciudadanos. El sistema está del todo agotado y precisa de una profunda reforma para garantizar que sea una verdadera correa de transmisión de la voluntad popular. Existe una tremenda discrepancia entre las necesidades de la mayoría y el proceder de los poderes del Estado en favor de una minoría enriquecida e insolidaridad.
Sanidad y educación públicas, pensiones por jubilación, por orfandad y viudedad, ayuda a los dependientes y a los ancianos, subsidios sociales… no deberíamos perder toda una serie de avances y logros conseguidos con mucho sufrimiento para poder valorarlos en su justa medida. Las presiones por parte de esa minoría que acapara la mayoría de los recursos son incesantes por conseguir disminuir o eliminar lo que nos distingue como sociedad solidaria e igualitaria.

Mi hermano en muchas fases de la historia y en muchos lugares hubiera sido asesinado al poco de nacer o encerrado en una mazmorra por demoníaco.
Sin embargo, aquí y ahora, en mi tierra y en mi tiempo, es feliz.

¡Relájense por favor!.
No estoy vendiendo nada.
Solo pensaba en voz alta.