cruzando los secretos que he visto
Lava el dolor de mi piel
y muéstrame como estár integro otra vez
Porque solo soy una grieta
en este castillo de cristal…”
Los asuntos requeridos para abandonar su trabajo en el MIT estaban a punto de finalizar, se lo estaba tomando todo con una calma desconocida hasta entonces. Siempre fue obsesivamente metódico en todo lo que acometía, se encerraba en si mismo y construía una especie de fortaleza inexpugnable donde todo era perfecto, desde donde creía dominar la situación y donde nada ni nadie debían alterar el orden establecido… se sentía seguro.
Poco tiempo atrás, al despertar de su largo letargo, sintió un crujido en su caparazón, los muros que le protegían se derrumbaron como en un onírico Jericó. Su particular reino de Shambhala había caído, el refugio nuclear resultó ser un castillo de cristal.
Al igual que un lobezno en su lobera que se asoma al exterior por primera vez, apenas podía abrir los ojos por el resplandor, todo le maravillaba y le intimidaba de igual modo. El mundo, ahora, parecía no tener límites y eso realmente le excitaba sobremanera, parecía saturado de anfetaminas, se sentía ilusionado y esa era la clave. Era por eso que se deleitaba con los preparativos y estaba alargando más de lo necesario su estancia en la ciudad.
“Rain Man”, como le apodaban en la facultad, estaba desconocido, tenía modo sonrisa y por primera vez, parecía consciente de su entorno y se interesaba por el resto de sus compañeros, era la comidilla en pasillos y cafeterías.
Asuntos burocráticos y temas técnicos al margen, aún le restaba un asunto importante por afrontar. En realidad tenía un contacto discreto e íntimo con la raza humana, se llamaba Odalys y era la relación más importante que tenía en veinte mil millas a la redonda.
Si los dioses existieran, si tuvieran la misión de cuidarnos y dispusieran de algún que otro ángel para hacernos sentir el calor de la vida y reconfortarnos en las largas noches de la soledad, Gaby había encontrado uno sin ninguna duda.
Recién llegado a Cambridge, años antes, merodeando por la facultad de lingüística con la intención de poder conocer a Noam Chomski, pidió indicaciones en su macarrónico inglés de entonces a una joven. Tuvieron una hilarante conversación hasta que a él se le escapó alguna maldición en castellano y acabaron en un banco del parque departiendo animadamente en la lengua de Cervantes. Ella era de origen cubano, al igual que los antepasados de Gaby que eran indianos retornados de la isla tres generaciones atrás, sus bisabuelos paternos.
Gracias a ella pudo tocar la bata del insigne filósofo norteamericano y entablar con él una relación de lo más cordial que le llenaba de gozo pues le admiraba mucho desde siempre.
Con Odalys conoció lo que significa la palabra amistad y algo más… supo lo que era acariciar con la punta de los dedos el paraíso en su piel de caramelo, le descubrió lo cálida que podía ser la costa caribeña y con ella encontró la estabilidad necesaria para sumergirse en su complicado mundo interior. En realidad ambos se apoyaban mutuamente y se abrigaban para combatir la soledad lejos de sus lugares de origen.
Ahora solo le restaba despedirse de ella quien sabía hasta cuando, quizá hasta nunca y eso le resultaba especialmente duro. Nunca se sintieron pareja, para ellos era algo infinitamente mejor, no se poseían, simplemente eran uno solo, almas gemelas.
En esta época que les tocó vivir el contacto continuo era posible, podrían charlar por diferentes medios e incluso cabía la posibilidad de citarse en momentos señalados en cualquier parte del mundo pero ambos sabían que ya no sería lo mismo. Conocerían a otras personas, visitarían otros lugares… en fin, destino consciente e inconsciente, teoría del caos, causas y azares…
Le cantó susurrado al oído: -You were always on my mind… you were always on my mind... -, bailaron, se fundieron en un abrazo desesperado, bebió de su boca, paladeó la miel y la sal de su pecho y de su vientre… apuraron su última noche con agridulce pasión… su sabor y su aroma le acompañarían siempre… ahora lo sabía.
Abrazados, entre lágrimas, se desearon lo mejor para el futuro, la llevaba dentro y eso nunca cambiaría… mientras tuviera memoria… o quizá incluso sin esta… quien sabe.
El avión había despegado, miró por la ventanilla y no pudo evitar un largo suspiro, allí se quedaba un pedazo de sí mismo.
¿Destino?, Funchal vía Londres, una visita por la tierra de sus ancestros maternos le apetecía mucho.
Sentía una feroz lucha interna entre la nostalgia de su pasado reciente y la tremenda emoción por lo incierto de su futuro, pero no tenía miedo y eso le sorprendía… y sonreía.