Dos hombres despiertan tras un profundo sueño en latitudes y
épocas distintas; Amanar lo hace después de haber soportado la más
terrible tempestad del desierto en muchos años y no se explica como a él, un
curtido "imuhagh", le ha podido sorprender una tormenta de ese modo, siempre las
ve venir...
En otra parte del mundo, años antes o quizá milenios después, Martín abre
los ojos muy lentamente e intenta una vez más situarse, siempre le ocurre lo
mismo, no recuerda nada de lo que hizo el día anterior y le costará un
triunfo recuperar aún una parte de la película si es que al final lo
logra. Esta vez se encuentra más dolorido que de costumbre y al incorporarse
observa que tiene el torso vendado y que le cuesta horrores moverse. La
resaca apenas le permite pensar y se arrastra hasta el baño como puede y una
vez frente al espejo siente como sale de su boca un alarido de horror
al ver que su rostro está totalmente desfigurado, más que de costumbre. A los
consabidos labio y ceja partidos se le unen los dos ojos hinchados hasta lo
grotesco, la nariz no parece rota pero se asemeja a una patata grillada, casi
no puede orinar por el intenso dolor pero parece que no le falta ningún
diente, hoy es su día de suerte...
Amanar (la constelación de Orión), con su habitual calma intenta atar el montón
de cabos sueltos que se ha encontrado esa mañana. Es obvio que la tormenta le
cogió totalmente por sorpresa y que esta debió ser terriblemente virulenta
a juzgar por el estado en que han quedado él y su dromedario, semi enterrados
ambos, pero por alguna extraña razón no consigue acordarse de nada. Basándose
en la posición en que estaba tumbado ha deducido que venía del norte y a juzgar
por la cantidad de té que resta en la saca debe llevar como quince jornadas de
marcha. Tras hacer inventario de provisiones y seguir con sus pesquisas para
determinar su posición y saber por todos los "djinns" de donde rayos
venía y que estaba haciendo allí, imbuido estaba en sus pensamientos cuando
nota que el otro lado de la duna le trae el olor a otro animal, trepa hasta la
cresta y comprueba que allí se encuentra otro dromedario y eso cuadra más en su
particular esquema mental. Con el único que tenía no le bastaba para portear la
"jaima" y el resto de las provisiones necesarias para llegar a las
montañas Ahaggar, al norte de Tamanrasset. Sabe hacia dónde se dirigía
cuando le sorprendió la tempestad e intuye con aproximación de donde
venía... de Douz, la puerta del desierto, pero, ¿que hacía allí?, el nunca iba tan
al norte...
Martín se dirige de nuevo a su cuarto a coger una toalla y una muda para poder
darse una ducha e intentar por una vez despejarse un poco y pensar con
claridad. En la mesilla de noche se encuentra con el parte de lesiones que le
debieron hacer en el hospital. La lista es interminable: dos costillas
fisuradas, traumatismo ocular con leve desprendimiento de retina en el ojo
derecho, fuertes hematomas en riñones y testículos, abrasiones y
contusiones varias... al lado en el suelo se encuentra la camiseta que llevaba
puesta el día anterior con huellas de al menos tres calzados distintos, esta
vez le habían pateado con saña, debió hacer muy bien su trabajo
de provocador nato. Su psiquiatra le dijo una vez que ese comportamiento
no se debía en su caso a un ansia autodestructiva sino a la búsqueda
desesperada de la sensación de estar vivo que le provoca el subidón
de endorfinas que su cuerpo segrega en situaciones de lucha. En realidad
no le convencía mucho ese argumento pues la mayoría de las veces estaba
tan "colocado" que dudaba mucho que llegara a sentir algo estimulante.
Toma píldoras para dormir, para estar despierto, ansiolíticos, analgésicos
para las frecuentes migrañas y toda una larga lista de sustancia
adquiridas en dudosas "farmacias" sin necesidad de receta alguna. A
veces las toma todas juntas acompañadas de cantidades industriales de
Jack Danniel´s, lo que le convierte en una bomba de relojería con patas, una
auténtica cuchilla andante...
Azûlay (el hombre de los ojos bonitos), así era apodado en su tribu, "tus
ojos no son de este mundo de mortales hijo mío, son de la profundidad y belleza
del cielo nocturno de nuestro querido Teneré", le repetía su madre. Su
verdadero nombre, Amanar, se lo debía al hecho de haber nacido cuando la
constelación de Orión (el guerrero del desierto) y su fiel escudero, la
refulgente Sirio, se encontraban en su zenit. Habían pasado por lo menos tres
veces diez ciclos, aunque ese era un dato que casi nadie computaba, no es algo
necesario para vivir en el desierto. Conocer los movimientos de las estrellas y
poder leer sus secretos si era vital para sobrevivir en esos parajes...
Tras asearse, tomar un café (con ibuprofeno) y serenarse un poco, Martín
se mira en el espejo del baño, sus otrora famosos ojos color miel (gracias
Marrubi), misteriosos e hipnóticos, apenas se distinguen bajo la hinchazón,
durante unos instantes queda pensativo mirando su reflejo e intentando recordar
cómo y cuándo empezó aquella pesadilla. Desde que le echaron hace más de un año
no ha vuelto a trabajar en ningún otro sitio, ni siquiera lo ha intentado.
Meses antes Ana, su compañera de toda la vida le había abandonado llevándose
con ella a la hija de ambos, Michelle de seis años. Cuando pensaba en ellas
acariciaba con la mano el colgante que pendía de su cuello y que le había
regalado su hija, una concha blanca con el interior de un nacarado brillante
enlazado en un cordón de cuero negro. No tenía nada que reprocharla, al
contrario, bastante había tenido que soportar durante todos estos años y eso
era algo que nunca se perdonaría y que le atormentaba hasta la desesperación.
Su marcha no era la causa de su locura sino una de sus consecuencias...
Es noche sin luna en el Gran Erg Oriental, la favorita de Amanar, tras una cena
frugal, en el fuego la tetera hierve al sosegado ritmo de los astros y del
corazón del tuareg. Orión esta cercano a su zenit y esas noches siempre le han
parecido las más hermosas del año. Su pequeño universo está a punto de
completar otra vuelta alrededor del astro rey. Mira hacia el sur y piensa en su
tribu... y en su familia, en su esposa Tajeddigt (la flor) y en su pequeña hija
Tanirt (el ángel), cuando las rememora acaricia los amuletos que, como buen
bereber, siempre cuelgan de su cuello. Si los espíritus le son propicios pronto
se reunirá con ellas...
Siguiendo los dictados del médico que le recomienda reposo durante al menos una
semana, Martín decide desplazarse a su cabaña en la sierra. A pesar de ser uno
de sus sitios favoritos hace mucho tiempo que no la visita. Ha hecho fuego en
la chimenea para caldear la estancia y tras tomarse una sopa caliente sale al
exterior a contemplar el firmamento, desde niño siempre fue una de las
actividades que más le estimulaban y que tenía casi olvidada. Estamos a
mediados de enero y Orión, su constelación predilecta, se encuentra en su
zenit, hay luna nueva y permanece largo tiempo hipnotizado con la visión de
Sirio, deleitándose con sus continuos cambios de color y con su impresionante
brillo sin parangón en el cielo terrestre. Pierde la noción del tiempo
obnubilado con la visión del cosmos hasta que el intenso frío le trae de vuelta
a la realidad. Entra en la cabaña y tras echar leña al fuego se sienta en un
sofá frente a la lumbre hasta que cae en un profundo sueño. Por primera vez en
años consigue dormirse sin tomar píldoras y sin estar completamente ebrio...
"Mis amigos"
"Tinariwen (plural de Teneré, "los desiertos" en tamazight) es un grupo musical tuareg de Mali. Mi recuerdo es para ese pueblo que a día de hoy sufre una guerra silenciosa contra el integrísimo religioso y contra el pasado colonial."
A pesar que de noche el frío es notable en el desierto, Amanar siempre duerme plácidamente,
pero esa noche un extraño sueño le perturbará y le removerá en su lecho.
Inmensas aldeas surcadas por monstruos de hierro de refulgentes ojos, miríadas
de personas caminando aceleradas sin rostro y sin rumbo claro, un cielo
nocturno sin estrellas y un aire espeso y maloliente por doquier... se
despierta muy nervioso y con ¿ansiedad?, no conocía esa sensación, ¿qué le
está ocurriendo?, siempre ha vivido en calma y armonía, nunca ha tenido miedo a
nada y ahora se despierta atemorizado. Empieza a creer que su posible estancia
en Douz tiene mucho que ver con su estado alterado y decide poner desierto de
por medio y dirigirse sin más demora hacia el sur donde le esperan los suyos...
Martín se despierta con lentitud del más
profundo de los sueños, una sensación de tremendo bienestar le invade, cree
haber dormido por mil años, hasta recuerda su sueño y eso hacía mucho que no
ocurría. Cielos henchidos de estrellas, horizontes infinitos, un mar de dunas,
calma, sosiego y su rostro cubierto por un "tagelmust", un turbante
color azul índigo. No recordaba exactamente cuándo fue la primera vez que soñó
con el desierto pero debió ser con las primeras conexiones neuronales, durante
la primera noche. La atracción que sentía y que siente solo es comparable
a la que sintió Ulises por los cantos de las sirenas... sin embargo nadie le ha
atado a un mástil y podrá dejarse llevar, dejar de resistirse...
Para escapar de esa horrible sensación de
ahogo desconocida hasta entonces, el tuareg se refugia en su rutina
diaria y en la continua meditación, su voz interior siempre ha sonado alta y
diáfana y de ese modo poco a poco recobra su natural serenidad. Es posible que
el concepto de felicidad sea desconocido para él; quien asume los ciclos de la
naturaleza, quien afronta sin reproche los retos de una existencia dura y
exigente pero sencilla y profunda al mismo tiempo, no necesita conocer el
significado de esa palabra. Simplemente la vive...
Semanas más tarde Martín se encuentra en
la ciudad de Douz, la puerta del desierto, ha quemado sus naves cambiando sus
ciento cuarenta corceles nipones por dos dromedarios, provisiones y una
"jaima". Vestido a la manera beréber y tras unos días de aprendizaje
en el manejo de las bestias la hora de partir a su viaje sin retorno ha
llegado. Nada le ata a su pasado, tan solo un recuerdo colgado del cuello, su
presente es un mar de arena. Día tras día su voz interior se hace más patente y
los ruidos de su cabeza se van difuminando. Pasadas dos semanas de travesía
siempre hacia el sur Martín observa que en el horizonte el cielo se ha vuelto
muy oscuro de repente y que espesas nubes negras se acercan a gran velocidad. Nunca ha visto una tormenta de arena pero eso le parece una especie
de tornado de unas dimensiones espectaculares. En cualquier caso con una calma
desconocida incluso para él se dispone a afrontar la tormenta como lo haría un
auténtico "hombre libre" del desierto. Tumba a las bestias haciendo
un parapeto contra la tormenta y se cubre por completo. Agarra su amuleto y
pensando en los seres queridos que perdió en la otra vida cierra los ojos
entregándose a su destino...
Amanar se aleja jornada tras jornada del
foco de su pesadilla, lentamente al ritmo de la naturaleza recobra su serenidad
y su templanza. Las pequeñas cosas de la vida, las más intensas, le colman de
satisfacciones: una estrella en la inmensidad de la noche, el primer té amargo
como la vida, el segundo dulce como el amor y el tercero suave como la muerte,
el intenso sabor de un dátil, el recuerdo del tacto y el aroma de una mujer, de
su mujer y el brillo de los ojos de una niña, de su niña. Cuando piensa en
ellas no deja de acariciar el amuleto que le regaló su hija, una concha blanca
con el interior de un nacarado brillante enlazado en un cordón de cuero negro.
Ese mismo día, si los espíritus le son
propicios, sus profundos ojos contemplarán la silueta de su
campamento al atardecer ...