jueves, 6 de agosto de 2015

Agua


El calor era insoportable, apenas despertaba al alba el disco solar se empleaba a fondo, los termómetros pulverizaban todos los registros. Eran ya veinticuatro días seguidos sin tregua y apenas cedía un ápice por la noche. Los humanos estaban al borde de la locura, la falta de sueño destruía la calma del más equilibrado. Era curioso como toda clase de circuitos, ya sean electrónicos o neuronales, se veían seriamente alterados por la implacable canícula.
Ni computadoras ni cerebros funcionaban como debían.
Las actividades al aire libre se habían restringido al mínimo, no se podía ni chasquear los dedos por el elevado riesgo de incendio y los cortes en el suministro eléctrico por el excesivo uso de refrigeradores y acondicionadores de aire eran continuos.
Allí, en aquella oficina bancaria, los ordenadores seguían activos gracias a los grupos generadores de emergencia pero no funcionaba el aire frío.

Había perdido la noción del tiempo, estaba aturdido y no pensaba con claridad. No podía precisar el tiempo que llevaba allí sentado esperando para ser recibido. Empapado en sudor, con la boca seca y pastosa sentía ahogarse. La respiración agitada y entrecortada le provocaba nauseas y comenzaba a marearse de nuevo.
Intentó recordar o imaginar lugares o momentos que le hicieran sentir mejor, buscó en ambos hemisferios de su cerebro algo que le diera un respiro. Era un pequeño truco para evadirse que su mente utilizaba en situaciones de necesidad. Un arroyo de montaña con agua fresca y transparente se le empezaba a aparecer, pero la imagen y el sonido se difuminaban... no conseguía centrarse, su mente estaba desbocada, el tremendo calor húmedo provocaba que los pensamientos se le disparasen en todas direcciones sin ningún orden aparente. Nunca había sentido algo similar, la inquietud empezaba a apoderarse de él.

Tenía un maletín en la mano izquierda esposado a la muñeca, le hacía daño. Llevaba un traje impecable con etiqueta de un tal Armani. Constantemente miraba a la esfera de su flamante Rolex de oro sin asimilar la hora que marcaba. La corbata le estaba estrangulando, se la aflojó. La situación se estaba poniendo un poco tensa, estaba inquieto, muy nervioso, balbuceaba y la gente a su alrededor empezaba a murmurar y se alejaban poco a poco de su lado, le miraban con una mezcla de estupor y curiosidad.

En situaciones límite su mente siempre acudía al rescate, era su tabla de salvación cuando el naufragio se convertía en desastre total y esta vez, de nuevo, volvía a suceder....
... muy lentamente una nueva proyección comenzaba a tomar forma en su cabeza, le llevó de la mano a su lejana infancia, junto a otro niño que le miraba sonriendo. Era verano y hacía mucho calor. Estaban en bañador y tenían un cubo de agua muy fría en la mano cada uno que acababan de sacar del pozo. Contaron hasta tres y se lo arrojaron por encima... la impresión de "sentir" el agua helada sobre su piel ardiente le arrancó un alarido desgarrador. Elevó su garganta y sus puños y sintió escapar la angustia, la impotencia, la ansiedad y toda clase de porquerías que le corroían por dentro. Por un pequeño instante el tiempo se detuvo, entonces pudo pensar con un poco de calma. Sintió relajar los músculos, la respiración se acompasó. Bajó los brazos y miró a su alrededor. Todo el mundo había salido despavorido. Estaba solo.

Le seguía resultando tremendamente trabajoso poder centrase en buscar refugio, bien real o imaginario. Así, mientras dilucidaba cual sería ese posible lugar una grata sensación le invadió y tuvo una especie de iluminación. Quizá fuera algo complicado encontrar un lugar confortable pero una cosa se le aparecía cristalina como el agua pura: sabía que no quería estar allí... y eso le pareció un magnifico principio.

El maletín seguía ahí, en su muñeca, buscó en los bolsillos de la chaqueta una llave para poderse liberar. Encontró un manojo de ellas con un llavero de "Maserati" y entre todas ellas dos pequeñas con las que logró abrir las esposas y el maletín. Le dio la vuelta y volcó el contenido en suelo de la oficina. Unos cuantos documentos y fajos de dinero en efectivo se desparramaron por el suelo. Detrás fueron el reloj, las llaves, un par de teléfonos y una cartera con documentación, tarjetas y más dinero que encontró en los bolsillos. Aflojó más la corbata y se la sacó por la cabeza, la chaqueta salió despedida lejos y se quito los zapatos. Eso lo recordaba perfectamente, le encantaba andar descalzo.

Se agachó y agarró un billete de veinte de los que acababa de arrojar de la cartera. Ahora si estaba preparado para salir de aquel maldito lugar. Salió al exterior y miró hacia todos lados, justo en frente había una parada de taxis, cruzó la calle dirigiéndose hacia allí. El calor seguía siendo infernal pero ahora sentía cierto alivio. Acercó el billete a la ventanilla del primero y le pidió que le sacase de allí cuanto antes. Sentado en el auto intentó relajarse y concentrarse en buscar sensaciones que le pudieran aliviar. Recordó la paz y la magia de las inmersiones subacuáticas, las imágenes adquieren un ritmo casi irreal, la semi-ingravidez y el sonido de la respiración le relajaban hasta cotas increíbles... eso era, necesitaba sumergirse en el agua, quería volver al origen. Le preguntó al chofer por un río o un lago cercano y este le indicó que no muy lejos, en plena ciudad, había una playa fluvial artificial donde estaba permitido el baño.  Sin mediar ni una sola palabra más, cosa que le agradeció una barbaridad, le trasladó hasta allí.

Tras apearse del taxi se acercó lentamente hacia la orilla; la camisa, los pantalones, calcetines y bóxer acabaron volando por la playa. Levantó la mano derecha y observo la alianza de oro en el dedo anular, pensó en ese trozo de metal pero no le encontró significado, lo extrajo con dificultad y la arrojó al río con todas sus fuerzas. Siempre le había gustado ver como salpican los objetos cuando eran engullidos por el agua.
Revisó su cuerpo con detenimiento, ciertamente estaba muy cuidado y trabajado. Siempre buscando el reconocimiento de sus semejantes se había esforzado mucho en construir un caparazón perfecto.
La lista de sus amantes era infinita pero su verdadera adicción no era el sexo. Lo que intentaba satisfacer cada vez con más ansia era su ego. Sus mágicos dedos, su lengua diabólica y su marmóreo falo nunca desfallecían. Se empleaba a fondo en complacer hasta el paroxismo a todas y cada una de sus partenaires con el objeto de obtener su orgasmo particular, el que lograba cuando le regalaban los oídos con toda clase de halagos y felicitaciones. Tenía que ser siempre el mejor, vivía por y para eso lo cual que le obligaba a mejorar y perfeccionarse cada día en post de su dosis de reconocimiento. Desde luego había invertido mucho tiempo en ese magnífico envoltorio pero llegados a ese momento no le resultaba imprescindible, más bien todo lo contrario.

Con total serenidad fue entrando en el agua, el frescor en los pies le confirmó que eso era lo que necesitaba. Caminó hacia el centro del río sin detenerse y cuando el agua le llegó a la barbilla tomó una última y profunda bocanada de aire y se sumergió por completo.
Siguió caminando hasta que comenzó a flotar y se dejó arrastrar por la corriente. Poco a poco fue soltando el aire de sus pulmones para no subir a la superficie, empezó a sentir la angustia de la falta de oxígeno pero intento calmarla y dominarla. Quería escapar del círculo, dejar de luchar.
Nunca llegó a entender el impulso que alimentaba esa cansina obsesión por persistir que todo ser vivo tiene grabado a fuego en su ADN. Incluso le chirriaba la energía electromagnética con que los electrones son atraídos por el núcleo del átomo para mantenerlo cohesionado o las fuerzas gravitatorias que mantienen el equilibrio en el cosmos. Quizá fueran todos ejemplos de una misma voluntad, quien lo sabe.
La presión en el pecho había cedido, su vista empezó a distorsionarse suprimiendo la visión periférica, solo podía percibir una extraña iluminación en el centro. Una luz sólida y espesa que le reclamaba. Un desconocido brillo en sus ojos entreabiertos y un semblante apacible le delataban, ahora si era dueño de su destino... ahora tenía toda la potestad sobre su vida... ahora solo tenía que dejarse llevar... por la corriente... nunca más río arriba...

-Este sería el final feliz al uso que se requiere a todas las historias de forma tradicional para poderlas presentar al "gran público". No sé de donde viene esa obsesión por hacer de los relatos cuentos de hadas pero en realidad mi versión original tiene un final muy distinto, mucho más trágico...-

... Hallábase nuestro "héroe" en pleno desprendimiento de toda servidumbre hacia su soporte material y renunciando voluntariamente a la lucha, sintiéndose libre, cuando el estruendo de dos cuerpos sumergiéndose en el agua muy cerca, le arrancó de su placentero viaje sin retorno. Dos pescadores se lanzaron sin dudarlo un instante desde un embarcadero cercano al verle pasar semihundido arrastrado por la corriente. Una vez en la orilla y tras arduas maniobras de reanimación lograron que su corazón volviera a latir y en pocos minutos retornó por completo. Comentaba la gente que era muy extraño el hecho de que no expulsara agua de los pulmones al recobrar la actividad cardiorespiratoria. Era evidente que no había tragado agua, dicho de otra manera, no había luchado por el oxígeno, no era un ahogado común.

Tras varios días en el hospital se encontraba totalmente restablecido y recibió el alta médica para poder regresar a su vida habitual. No conseguía recordar nada de lo sucedido ese extraño día desde el preciso instante en que entró en el banco. Los médicos le hablaron de un fuerte shock provocado por un golpe de calor, que se había recuperado bien y que no tendría secuelas. Lo de la memoria ya era otro asunto, probablemente iría recuperando poco a poco algún fragmento suelto pero también era posible que nunca alcanzara a tener acceso lo acontecido el día de autos.

En cualquier caso todo volvió a la normalidad, siguió teniendo el dinero por castigo y las amantes haciendo fila ante su alcoba. Su deslumbrante vida de éxito desmesurado recobró el impulso inicial y su perfecto embalaje le permitiría continuar ocultando sin fisuras una existencia hueca, fútil y superficial.

Cruel y descarnado, ¿verdad?.