miércoles, 6 de enero de 2021

Silencio


Si hablamos en términos físicos, la oscuridad no es más que la ausencia de luz. El frío la falta de calor. Y el silencio la privación del ruido. Pero nos podemos poner filosóficos, si como creo, le otorgamos naturaleza de ser, de entidad propia. Se le puede observar desde el punto de vista ontológico como algo infinitamente superior a una carencia. El silencio tiene vida.
Si la sencillez es la sublimación de la sofisticación, para un megalómano como yo, el silencio es la música suprema.
Cuesta desprenderse de todo el ruido de fondo. El real y el producido por la parafernalia mental. Resulta una desintoxicación en toda regla.

Pero si existe una época especialmente propicia para el "reseteo" es el invierno cuando pone su maquinaria a pleno rendimiento. Casi todas las personas que conozco prefieren el universo estival, las temperaturas agradables e incluso el calor. Yo me encuentro en mi otoño particular y como tal es una época especial para mí. Melancólica como yo mismo. Colorida y con el encanto que tiene la decadencia de los tiempos de abundancia. Es el anuncio de la profunda crisis que supone el advenimiento del imperio de Bóreas. La hambruna y el frío para el mundo natural. Cada ser ha de buscar con sus propias herramientas, con su conocimiento y su sentir la estrategia para sobrevivir. Correr y pelear por devorar sin ser devorado, atrincherarse en sus madrigueras con las despensas bien surtidas o directamente hibernando. Este último es un fenómeno que me tiene fascinado desde luego.
Pero tiene el invierno un qué sé yo que solo lo tiene el invierno. La curiosidad de asomarse al abismo de tu propia soledad. La distorsión de los sentidos y la desnudez de todo artificio. Tú y tus latidos... ¡boom-boom... boom-boom!. Su voracidad es tal que devora todo color y lo funde en gris. Y todo sonido se atenua, amortigua y es absorbido para entregar un silencio espectral.

Salgo a pasear por el campo con ligera ventisca y con dos palmos de nieve acumulada. El día es magnífico para la introspección. La temperatura está bajo cero y una tupida nevada de minúsculas bolitas heladas se desplazan casi en horizontal empujadas por un viento no demasiado recio pero algo molesto que te obliga a girar el rostro a sotavento. En esta altitud coinciden las nubes rasantes que ofrecen un aspecto fantasmagórico e irreal. La helada nocturna ha congelado la nieve y el caminar sobre ella se convierte en un nuevo y crujiente mantra que enciende todos los paneles de mi mente una vez más. Me acompaña el peludo blanco que se ha convertido en mi aclarada sombra. Disfruta como un enano con la nieve. Su naturaleza lupo-molosa se encuentra en plenitud cuando más crudo se pone el clima. Como su primo el lobo, ha tenido que pasar por el resto de las estaciones sin pena ni gloria hasta llegar a su mejor versión. El pelaje de doble capa espectacular, lustroso y brillante. Ahíto de energía y rebosante de vigor. No puedo identificarme más con ambos cuadrúpedos. Con los años me he adaptado a casi todo pero siempre me ha apabullado la algarabía y el gentío del verano y me encontraba un poco fuera de lugar. El invierno y su calma era mi cómodo refugio donde encontraba esa plenitud de la que hablaba. El silencio de la invernada es como lo son todos los momentos de goce, fugaz y alucinante. Tan eterno como volátil.
Mis pensamientos siempre me arrancan del suelo para llevarme a sabe Dios dónde. Recuerdo una hermosa cita de Rumí: “Cuando estoy en silencio, llego a ese lugar donde todo es música”. 
Sin poder ver mi rostro siento el apacible semblante de una sonrisa de "Gioconda" que me invade.

Veo que mi querido cuatralbo  cruza el límite arbolado del camino para pasar a una inmensa llanura blanca hacia barlovento. Me asomo y le veo galopar hacia donde apenas se aprecian las traseras blancas y saltarinas de tres corzos que se funden con el infinito fondo. Fuerzo la vista pero la ventisca apenas me deja ver y el compañero se difumina también con la espesura albina que todo lo devora. Blanco él, la nieve, el cielo, la bruma...
La vista se empieza a distorsionar y convierte todo en una pantalla de infinitos puntitos como cuando se va la señal de la televisión. No solo es el color y el sonido lo que engulle la invernada, también se deforma el tiempo. Cuando le veo desaparecer siempre me invade esa fría sensación que te dejan los peores temores. Es pavor en estado puro. Sobre la pantalla que se presenta ante los ojos se proyectan mis más atávicos miedos. Me parece oír un disparo sordo muy atenuado. Sé que andan furtivos a la caza de corzos para cortarles la cabeza como cotizados trofeos, que utilizan sinlenciador y que tiran a todo lo que se mueve por macabra diversión. Pero el sonido es difuso y los sentidos me desorientan. La angustia me invade. Le llamo gritando pero la voz apenas atraviesa unos metros. Intento calmarme y pensar... mejor dicho, no pensar. Pero ahí está el puto subconsciente para joderte. Recuerdo que en esa dirección hay una carretera no muy lejos y a pesar de que apenas hay tráfico en mi cabeza se aparece un camión que se aproxima hacia donde quiera que esté. Le silbo en repetidas ocasiones y empiezo a impacientarme. El elástico tiempo se ha parado y mi angustia crece. Agudizo la vista hacia la nada. A veces se aparece su figura al trote hacia mí en cámara lenta pero es una ilusión óptica y desaparece.

Pienso en lo absurdo de la situación y en que es mi mente la que me está jugando una mala pasada generando este asqueroso alboroto. Pero la sola idea de que pudieran hacerle daño o de que no volviera a verle nunca más me derrumba completamente. Esa es mi lucha. Nadie puede evitar el sufrimiento, el dolor y la muerte. Hay que asumirlo y vivir el instante. Aspirarlo para que nunca desaparezca de tu memoria.

Intento respirar profundamente en busca de calma. Mi ritmo se ralentiza hasta que apenas siento pesar. Busco la paz en el silencio. Dibujo mi deseo en la pantalla difuminada. 

A galope tendido aparece su figura en el desdibujado horizonte. Feliz, pleno. Sereno le observo y le atraigo mentalmente hacia mi vera. Ahora puedo oír sus pisadas y su potente jadeo. Todo se ilumina de nuevo. Llega hasta mí, me rodea, lame mis manos y una lágrima brillante recorre mi rostro, inasequible a la congelación por su propia sal.
Sonrío.
  


lunes, 13 de enero de 2020

Eterno Retorno (O. Cit. Also sprach Zarathustra. Friedrich Nietzsche)




Es como pedir ser Benjamin Button, como esperar que el sol desande su camino. Sé que las cosas se degradan y deterioran aunque lo único que les afecte sea el tiempo, aquello que invento la muerte para no aburrirse. Resulta complicado regresar cuando se borró la senda, el paisaje y el eco de los sonidos agradables.

No renuncio a la razón, es más, me doblego ante ella. Aunque mis sentidos sean trileros y mi memoria apenas me sostenga, asumo el consenso común que denominamos realidad.

Escribo esto mientras camino. Literal, camino y escribo en mi cuaderno multidimensional. No necesito tomar notas reales cuando el pensamiento tiene alguna forma o estructura que puedo asimilar. Tantas técnicas y filosofías para entrenar la mente. Tanta meditación para transcender a los devaneos neuronales. Y funciona, doy fe. Pero del mismo modo que no le puedo pedir a un yonqui que renuncie a la heroína. Quien haya probado algún tipo de opiáceo sabe de lo que hablo. No quiero renunciar a lo único que le da sentido al camino. Con mi gastado bastón de madera golpeando levemente la tierra y el crujir de las hojas secas, mi mantra personal convierte un simple paseo en una elevada sinfonía donde los pensamientos revolotean, se posan, entran y salen con la misma profunda armonía que una bandada de estorninos.

Reconozco que le he cogido especial gusto a construirme mis propios bastones. Nunca lo hubiera pensado. Como todo, la habilidad se va perfeccionando. Prueba-error, consultas y lecturas van modelando nuevos báculos con mejor aspecto y mayor robustez. Pero mi viejo y rudimentario primer palo de cerezo se ha convertido en la única posesión material que me dolería perder. Agrietado y deforme, es como una burda extensión de mi brazo.


No me arrepiento de los caminos transitados, la mayor parte fruto del azar. La percepción sesgada nos empuja a rememorar los más espectaculares y gozosos. Pero, aún reteniendo en la memoria algún tránsito por veredas lastimosas, fatigosas y crueles, amor fati sigue rigiendo mi dictamen final.

Conozco las reglas y el protocolo. Tengo interiorizado el proceso y toda su parafernalia. Las leyes de la física conocida me lo impiden. Lo sé. Pero quizá, si olvido lo aprendido. Tal vez, si corto la comunicación con la nave nodriza. Si subo el volumen de mis auriculares para no escuchar lo sensato. Si reniego conocer lo inevitable. Si cierro los ojos y finjo dormir, a lo mejor puedo entrar en esa zona pseudo-onírica donde mandan los deseos.

Ante Heráclito me rebelo; entre lo imposible y lo improbable me filtro como el agua de ese río. El líquido en su ciclo vital volverá a recorrer el cauce. Serán otras moléculas distintas y otros átomos conformarán al observador. Sí. Pero agua y mirada serán en esencia la misma.

Sentir es libre y desear gratis.

Busco el retorno. No me importa si es eterno.