martes, 16 de junio de 2015

Querido Marco

Es posible que algunos pasajes se presenten un tanto difuminados ante mi memoria, no lo sé, pero en cualquier caso, como los recuerdo te los describo y así deberás ponerlo negro sobre blanco mi querido Marco Aurelio. Por cierto, muy curioso tu nombre, para un niño de seis años resultaba un poco grotesco y ridículo pero ahora, con cierta edad, he de decirte que me encanta, te otorga carácter.

Era verano, eso lo recuerdo perfectamente, un día muy claro y luminoso que hacía que la estancia me resultara más acogedora aún si cabe. Había estado varias veces en su casa, de pasada, para buscar algo o para tomar un café, bueno, para que lo tomara él, me encantaba el aroma de una buena taza pero aún no me había seducido su sabor, era muy joven. Esta vez era distinto, se había ido de viaje y quiso que tuviera las llaves para ir cuando me apeteciera y, de paso, regarle las plantas.

A Salvador le conocía de la casa de la juventud del barrio, era animador sociocultural y, a pesar de la diferencia de edad, congeniamos con facilidad. Menudo, con poblada barba encanecida y ojos vivarachos, era obrero de una de las atarazanas de la comarca, tornero, ajustador o soldador, no lo recuerdo, era de las pocas cosas de las que nunca hablábamos, su trabajo.
Leía mucho y estaba bastante viajado por lo que era una fuente inagotable de información. Charlábamos durante horas una vez terminadas las actividades de la asociación, bueno, en realidad hablaba él básicamente. Le gustaba mucho platicar sobre cualquier tema, con calma y sosiego. Dotado de una voz aterciopelada y magnética era un orador extraordinario. Le encantaba hablar y a mi escuchar, rara conjunción planetaria.

Sus vacaciones las iba a pasar como cooperante en la Nicaragua de la incipiente revolución sandinista, era su segundo año y hablaba maravillas de la promesa de un futuro mejor y más justo para América latina que suponía la toma del poder por parte del FSLN. En El Salvador la guerrilla le estaba ganando terreno a las tropas gubernamentales y el "águila" gringa todavía no había hundido las garras en Centro América... eran tiempos felices.

Me encantaba su casa, tan viva y musical. Era un ambiente muy cordial el que se respiraba, con mucha gente entrando y saliendo, charlando y riendo. Libros por todas partes, en las baldas, encima de las mesas, en el suelo, en alfombras y jarapas. Cuadros y pósters de todas clases adornaban las paredes. Infinidad de discos, cientos de vinilos y montones de cassettes listos para ser engullidos por un equipo de alta fidelidad que hacía las delicias de mis entonces torpes e inexpertos oídos. Adornos de todas partes del mundo le daban un aire tan especial y tan distinto de lo que había conocido hasta entonces que me tenía maravillado.

La casa de mi padre era gris, sórdida, espartana, nada decoraba las estancias, no había música y no se podía hablar en la mesa. Nunca venían amigos a casa. Solo una pequeña nota discordante le daba un leve toque de color a la vivienda: mi madre. Me recordaba la casucha miserable de los protagonistas de "Los santos inocentes", una familia de labriegos al servicio de un señorito latifundista en la Extremadura de los años"60". La diferencia radicaba en que nuestra "covacha" estaba situada en plena zona metropolitana.

A veces, cuando me miro en el espejo, me pregunto que proporción del demonio padre de familia tengo en mis células, que porcentaje de veneno corre por mis venas. Hubo un tiempo en que me prometí a mi mismo abrirme dichas venas en cuanto apareciera cualquier atisbo de parecido con él. Ahora ya no lucho contra eso, no puedo evitar ser hijo de mi padre, es algo que no se elige.

Así que allí me encontraba, como un niño con zapatos nuevos, no sabía por donde empezar, hacia donde mirar, que libro escoger o donde sentarme. Me decidí por escarbar entre los montones de discos y darme un pequeño homenaje descubriendo delicias musicales totalmente desconocidas para mí. Sacar el disco de la funda, mirarlo con mimo, limpiarlo con suavidad, colocarlo en el plato, dejar caer con delicadeza el brazo que aloja la aguja... y cerrando los ojos esperar que la primera nota acariciase mis sentidos. Es una de las ceremonias litúrgicas más nutritivas para el alma que conozco, es como desnudar con suavidad a una nueva amante ávido por perderme entre los recónditos pliegues de su piel... exquisito.

Victor Jara, Silvio Rodriguez, Benito Lertxundi, Mikel Laboa, Mercedes Sosa, Chico Buarque o The Clash, Ramones y Sex Pistols entre otros muchos pasaron por mi escenario imaginario. Pero si hay un disco que recuerdo con especial cariño ese no es otro que el directo de Nacha Guevara cantando a Mario Benedetti en La Havana. No recuerdo las veces que lo pude haber escuchado, me sabía de memoria las letras, bueno, el tocadiscos creo que también.
Por supuesto que me estremecía la prodigiosa voz de Nacha, es muy singular pero lo que me dejaba pensativo eran sus letras y las recitaciones con ese acento tan exótico para mí.
¿Quién era Mario Benedetti?, seguro que podía encontrar algún libro suyo por el salón. Si, allí estaba el primero, una pequeña obra de teatro llamada "Pedro y el capitán"... muy impactante.

Benedetti era uruguayo, como mi admirado Enzo Francescoli.
Aquí debo hacerte una confesión mi querido Marco: sé que en determinados ambientes no son "políticamente correctos" según que "vicios" pero a estas alturas de mi vida es algo que me trae al pairo. Si, lo confieso, me gusta el fútbol, el buen balompié, no me importa si se trata del "Jogo Bonito" de la Brasil del 82, de la "Naranja Mecánica" de Cryfff , o la "Vecchia Signora" de Zidane. Por eso me encandilaba la elegancia del "príncipe". Me gusta sin más pretensiones que la de disfrutar de un buen espectáculo, lo demás es "pan y circo" y eso no me interesa en absoluto.

Como te decía Benedetti era "charrúa" como una  serie de personajes que a través de los años me han interesado, bastantes teniendo en cuenta el pequeño tamaño de esta república encajada a modo de península entre el Atlántico Sur y el Río de la Plata. Conocía por una guía turística la predilección que argentinos y brasileños con cierto poder adquisitivo tienen por las villas de Punta del Este y poco más, así que me empecé a interesar por el país.
Sabiendo que era la patria de Eduardo Galeano o Pepe Múgica entre otros, no pude evitar sentirme atraído por la idea de conocer el aire que se respiraba por ese rincón del hemisferio sur... pero eso es tema para otro capítulo mi querido Marco, ahora me siento muy cansado y creo que me voy a retirar a descansar.
Un fuerte abrazo amigo.