lunes, 2 de mayo de 2016

Leyenda de Soledad


Ella le desgajó de donde no existen ni el miedo ni el dolor, de donde Todo y Nada cohabitan en la misma ínfima partícula. 
Su enorme corazón le despertó para latir en la luz de este mundo implacable, cruel y despiadado.

Le entregó el don de sentir más allá del entendimiento y la invisibilidad de quien camina solo. 
Fue otorgado con el inmenso privilegio de poder traspasar la coraza de cualquier criatura con un mínimo atisbo de vida y así conocer su verdadera naturaleza.
A cambio  soltó su mano y le despojó del calor.    

-Tengo frío y me asusta lo que esconden las tinieblas- 
-Mi vida, ya eres todo un hombrecito y sabrás sobreponerte.
Ya te lo dije, ellos me necesitan más. Sonríe y no olvides que te quiero-

Como decirla que la soledad le devoraba, que un frío glaciar le penetraba hasta los huesos y que su aparente fortaleza era tan solo una estrategia para camuflar carencias y miedos. 
Como explicar que bajo su ombligo una enorme cavidad crecía junto a una irrefrenable ansiedad. 
Como contar que temía la noche y con ella la hora de dormir. 
Que terribles pesadillas le esperaban tras abatir las pestañas. 
Como confesar que se despertaba sobresaltado y desorientado, empapado en sudor y en total oscuridad. 

Probó el amargo elixir de Casandra, el maltrago de quien percibe con hiriente claridad la inminente realidad pero no puede evitar que el desastre suceda una y otra vez.
Podía intentar esforzarse en aliviar el pesar y la soledad del mundo... pero la suya no tenía remedio.

Huyendo de todas esos tormentos recurrentes decidió hacerse compañero del crepúsculo y deambular cada noche por las calles hasta el amanecer donde se diluiría con la multitud.

Un espacio nunca es lo suficientemente infinito para quien sufre la opresiva claustrofobia de unos límites tangibles pero irreales. Nunca se sacia la ansiedad cuando el pozo carece de fondo. 

No le dejó ninguna opción, cuando le creó le entregó también la facultad de discernir lo razonable y lo justo de lo que no lo era. Ella tenía razón, era justo y necesario que atendiera a quien más la necesitaba... 
-¡Maldita sea mi patética calavera!...-
-¡Tenía razón!-

El vacío siguió creciendo hasta ocupar cada átomo de su ser. Alcanzó la fusión para confundir esencia y percepción. No en vano fue aquel su procedencia y será su destino.

Había visto morir y desvanecerse a muchos hombres y a ninguno le faltó  una última ofrenda en forma de lágrima ni una mano tendida con afán conciliador.
Sin embargo, nunca vio morir a una mujer. Suponía que como la materia y la energía que las conforman se transformaban para continuar su labor aglutinando almas y diseminando estrellas. Siempre batallando contra el  dragón devorador de ilusiones. Siempre incansables mitigando tanto dolor y tanto desasosiego.

Moriría solo. No sabía explicar cómo había llegado a esa verdad irrefutable pero era algo que mucho tiempo atrás aceptó. 
Se apagaría y disiparía para regresar al profundo sueño del que un lejano día partió.
La lucha irracional cesaría entonces y solo tendría que dejarse llevar. 

Y entonces, unicamente entonces, su ansiedad y su soledad morirían con él.
Entonces, cristalizado en la total ausencia, sentiría lo que significa formar parte de algo indescriptible.
Allí nada ni nadie puede saber del desamparo pues fuimos, somos y seremos Uno.
 "La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar."
Fiedrich Nietzsche