jueves, 14 de mayo de 2015

Lo profundo y lo esencial

nublada mente
 por incesante fragor
 precisas amor
A veces, durante una larga jornada de lastimero caminar, cuando las horas de intensa labor comienzan a sobrecargar mis hombros, un pequeño detalle que la mayoría de los días pasa inadvertido consigue sacarme del pesado bucle de los pensamientos profundos y graves. Puede ser una melodía envolvente que suena de repente en una radio que creía apagada o la visión de una frondosa ladera al pie de la carretera donde un árbol de vigoroso porte destaca sobre los demás.

A veces, en mitad de la noche, cuando la ciudad duerme, cierro por fuera la voluminosa puerta que sella la algarabía de mi cabeza y tras un largo suspiro me asomo a las tinieblas e intento escuchar lo esencial. Si consigues abstraerte del zumbido de fondo que una urbe produce descubres con sorpresa que una multitud de trinos de diferente tonalidad suenan hasta donde un oído humano puede percibir. La música sube de volumen a medida que la atención se centra en ello. Oculto en lo más profundo del humano paisaje una increíble pléyade emplumada toma al asalto las horas que el crepúsculo les cede. A modo de diminutos y frágiles ángeles caídos expulsados del paraíso diurno por el atronador ruido del progreso.

A veces, son decenas las personas con las que debo cruzarme y/o tratar por motivos laborales. La fuerte inflación ha conseguido que saludos corteses y amables palabras se hayan puesto por las nubes y estén al alcance de muy pocos bolsillos. En ese ambiente gris y plomizo es fácil que cualquier destello de color por insignificante que pueda parecer destaque como una amapola en un trigal. Una sonrisa, el suave tacto de una mano en el hombro, un pequeño gran diálogo sobre lo más trivial o un mutuo deseo de buenos días consiguen secuestrarme de la feroz realidad.

A veces, cuando intento recordar como era yo hace treinta años descubro que entonces lo tenía todo muy claro, diáfano y cristalino, no albergaba demasiadas dudas sobre la naturaleza de las cosas y la identidad de los responsables de tanto desastre. En esas condiciones no cabía ser más sabio... ¡qué iluso!
Ahora creo que soy una enorme duda con un ser mínimo adosado.

A veces, una lágrima precedida de una amplia sonrisa consiguen delatarme, en busca de lo profundo voy descuidando lo esencial.